miércoles, 4 de agosto de 2010

35 AÑOS DE LA DECLARACIÓN DEL ACTA FINAL DE HELSINKI


El Acta Final Helsinki fue un acontecimiento crucial en la historia de la Europa posbélica

Hace exactamente 35 años, el 1 de agosto de 1975, casi todos los países del Viejo Continente junto con los Estados Unidos y Canadá consiguieron un consenso político en temas clave. Como muestra de ello, en la ciudad de Helsinki fue firmada el Acta Final de la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa.

Sólo Albania, que voluntariamente había optado por el aislamiento internacional, no participó en aquel evento histórico. El resto de los países europeos, tanto aquellos denominados capitalistas, como los socialistas prefirieron pactar una fórmula de compromiso frente a la confrontación.

La Conferencia misma y el Acta fueron fruto de la iniciativa de los países socialistas encabezados por la Unión Soviética. Era parte de la política de "distensión internacional", en palabras en los medios de comunicación de la URSS, uno de los más importantes retos de la época de Leonid Brezhnev. Los años de su gobierno recibieron el nombre de "estancamiento", pero la política exterior del país, lejos de estar estancada, se caracterizó por su dinamismo.

El Acta Final de la Conferencia de Helsinki distó de poner fin a la Guerra Fría, el agudo enfrentamiento entre dos sistemas políticos. Después de su firma, tuvo lugar la invasión de las tropas estadounidenses a la isla de Grenada, estalló la guerra civil en Nicaragua, en la que a distancia participaron la URSS y los EE.UU. y se produjo la agresión soviética contra Afganistán. No obstante, se logró fijar el status quo en Europa, es decir, la situación política que existía realmente.

Con la firma del Acta Final todos ganaron algo: por ejemplo, se fijaron de manera definitiva las fronteras europeas de la época posguerra, cosa que convenía a la URSS y a los miembros del Pacto de Varsovia. La división de Alemania en la República Federal y en la República Democrática, que ya firmaron el documento por separado, así como la integración de los países bálticos en la URSS adquirieron un carácter permanente. O así parecía, por lo menos.

Los países de Europa Occidental a su vez pudieron sentir una mayor tranquilidad al ser fijado por el Acta el principio de la no intervención en los asuntos internos de otros países, siendo descartado el uso de la fuerza militar.

Además, se ponían muchas esperanzas en que de esta manera se lograra evitar la repetición de los acontecimientos que tuvieron lugar en el año 1965 en Hungría y en 1968 en Checoslovaquia, adonde la URSS había mandado sus tropas para apoyar los regímenes pro-soviéticos.

No obstante, cuando Polonia vivió una fuerte crisis política, no fue el Acta Final lo que le impidió introducir en el país sus tropas a la URSS, dispuesta a olvidarse de la Conferencia de Helsinki. Fue únicamente la firme postura del Primer ministro de la República Popular de Polonia, general Wojciech Jaruzelski, quien se había precipitado a imponer la ley marcial.

Los representantes de los países occidentales también se marcharon de Helsinki llenos de satisfacción por los éxitos que habían logrado, tras haber asegurado los EE.UU. y sus aliados prometedoras perspectivas a largo plazo, a diferencia de las momentáneas ventajas de los países socialistas. Habían conseguido sembrar semillas de la futura discordia, que acabaría por reducir a la nada a la URSS y al bloque de países socialistas en general.

Dichas semillas estaban contenidas en el séptimo capítulo del Acta Final, titulado "Respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, incluida la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencia".

Leyendo este capítulo, los líderes del Partido Comunista y del Gobierno Soviético bien podían haber repetido las palabras del protagonista de una de las fábulas del poeta clásico ruso Alexander Pushkin: "He aquí dónde, escondido estaba, mi funesto destino". Todo parece indicar que los miembros de la delegación soviética lo intuían ya, a juzgar por la interminable negociación entre bastidores para determinar el texto de este capítulo.

A pesar de ello, resultó imposible no firmar el documento que contenía las siguientes declaraciones:

"Los Estados participantes respetarán los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, incluyendo la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencia, sin distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.

Promoverán y fomentarán el ejercicio efectivo de los derechos y libertades civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y otros derechos y libertades, todos los cuales derivan de la dignidad inherente a la persona humana y son esenciales para su libre y pleno desarrollo."

Estas frases, tan bien formuladas e inofensivas, acabaron minando el sistema socialista. Era evidente que el Acta Final era un documento meramente declarativo y algo hipócrita: ningún Estado se proponía en serio cumplir todos sus postulados. Cosa que afectaba, en primer lugar, a la URSS y a los derechos y libertades de sus ciudadanos.

Pero el hecho es que, con el mencionado documento, los disidentes soviéticos recibieron un serio fundamento de derecho internacional para sus actividades y los gobiernos occidentales, un mecanismo de presión sobre Moscú y sobre los países de la Europa del Este.

El organizador y líder del grupo de disidentes de Moscú Yuri Orlov escribió al respecto lo siguiente: "El Acta pasaba formalmente el problema de los derechos humanos de la esfera de las meras declaraciones y los asuntos internos a la esfera de la política internacional, aunque el régimen soviético no pensara admitirlo ni los países occidentales se animaran a aprovecharlo.

Tenía muy claro que ningún llamamiento a la opinión pública occidental tendría efecto. Había que formar nuestra propia comisión, encargada de mandar a los gobiernos interesados resultados de los informes sobre violaciones por parte de las autoridades soviéticas de los compromisos internacionales por ellas asumidos".

Poco a poco, como si de pequeños topos se tratara, los disidentes empezaron a minar los fundamentos de una de las superpotencias. Sin duda este fue únicamente un factor entre otros muchos de la caída de la Unión Soviética: no conviene exagerar su importancia. Pero tampoco hay que despreciarla. Se puede decir, de hecho, que en 1975, en la capital finlandesa, empezó a funcionar la "comisión para la liquidación" de la URSS.

Las líneas maestras de lo acordado en Helsinki pudieron mantenerse en Europa sólo durante 15 años. Después, no quedó prácticamente nada del principio de la intangibilidad de las fronteras nacionales.

El orden establecido allí fue violado tantas veces que se prefirió olvidar los principios fundamentales que lo inspiraban. Formalmente, se considera que el Acta Final sigue vigente hoy en día. Sin embargo, se trata de uno de esos formalismos que no tiene ninguna traducción en la vida política real.

Fuente: Nikolai Troitski (RIA Novosti)

DESCARGAR ACTA FINAL DE HELSINKI EN PDF: www.osce.org/item/4046.html?lc=ES

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