miércoles, 23 de noviembre de 2011

VUELVE UN CLÁSICO DE LA TRANSGRESIÓN


Se reedita en DVD ‘Saló o los 120 días de Sodoma’. Pasolini se inspiró en el Marqués de Sade para esta advertencia sobre el ejercicio del poder.

35 años después de su estreno comercial, Saló o los 120 días de Sodoma sigue considerándose una de las películas más radicales de la historia. Su dureza y a la vez su evidente intencionalidad artística provocaron respuestas contradictorias de las instituciones. El British Board of Film Classification, por ejemplo, intentó negarse a cercenar la obra para preservar su integridad, pero a la vez bloqueaba su difusión comercial al no otorgarle calificación. En España e Italia se produjeron secuestros judiciales, e incluso condenas posteriormente revocadas.

Si a menudo ha sido el cine de explotación el que ha dinamitado algunos tabús del séptimo arte, en esa ocasión fue un autor consolidado quien, en un contexto de experimentación general con la imagen sexual, quiso expandir los límites de representación fílmica. El mismo Pier Paolo Pasolini había jugado a ello con El decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches. Su tratamiento de materiales históricos y míticos no siempre era escapista, como demuestra una Apuntes para una Orestíada africana en la que se trasladaba el drama de Esquilo al proceso de descolonización.

Pero sí parecía que el italiano quería fugarse de un presente que le oprimía, y que reflejó en Teorema o en Pocilga, rodando una trilogía localizada en ideales pasados exuberantes de sensualidad e inocencia. La toma de conciencia sobre la impostura de ese empeño le llevó a responderse a símismo, y con extraordinaria acritud, en Saló.

Sadismo después de Hitler

Pasolini partió de Las 120 jornadas de Sodoma, un extenso esbozo de novela escrito por el Marqués de Sade. En ambas ficciones, cuatro oligarcas convocan una larga orgía que incluye el secuestro y cautiverio de jóvenes para su goce personal. En el filme cuentan con la colaboración de soldados fascistas, puesto que el italiano trasladó la acción de la Francia de Luis XIV a la efímera república de Saló en la que se replegó un Mussolini desbordado por el avance aliado.

En ambas obras, los protagonistas comparten el gusto por la humillación y por los discursos antidemocráticos. Pero en Saló, además de excluirse actos como la violación de prepúberes, el sexo se desplaza a un segundo plano y el núcleo de la obra son unas prácticas de humillación, violentas y desapasionadas, que normalmente adolecen del matíz extático presente en el original literario. Después del nazismo, además, la búsqueda fetichista de la perfección física adquiere connotaciones racistas y supremacistas. Y la explotación de los cuerpos se contempla de otra manera tras haberse conocido la industrialización de la muerte acontecida en los campos de exterminio.

Pasolini solapaba su ideario antinazi con el descanto respecto al sesentayochismo, y con una crítica furibunda del consumismo entendido como un nuevo fascismo promovedor de respuestas individualistas y hedonistas. Rompiendo con su trilogía de la vida, usó los desnudos y el sexo para repugnar: escenificó los abusos del poder de lamanera más íntima y escatológica, con tiranos que dominan la carne de sus rehenes, que disponen de sus cuerpos y hasta de sus excrementos como objetos de consumo.

Y optó por una estética gélida y antipornográfica marcada por el uso de encuadres largos, tan distantes como los mismos trabajos actorales. El tramo final de ese descenso a los infiernos, en forma de ceremonia de tortura y muerte, subraya el componente voyeur de la experiencia cinematográfica: un ingenioso y aterrador juego de miradas señala al colaboracionista, al mismo espectador, como cómplice pasivo.

A pesar de que su vida estaba en buena medida judicializada, el realizador firmó un último gesto de compromiso casi suicida, que llega a recordar una de las situaciones relatadas en su obra. Una cadena de delaciones lleva a los protagonistas a descubrir a uno de sus soldados copulando con una sirvienta negra; este, sabedor de que quizá ha cometido una transgresión imperdonable, sella su suerte con un saludo comunista. Pasolini fue asesinado, en circunstancias aún por aclarar, pocas semanas después del estreno mundial de su filme más extremo.

Artículo de Ignasi Franch publicado en Diagonal el 8 de noviembre de 2011

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