lunes, 26 de marzo de 2012

EL MURAL DE ALEJANDRO OBREGÓN QUE SE ESTÁ DESTRUYENDO


Una pintura al óleo, de 130 x 195 cm., del gran artista colombiano Alejandro Obregón, de finales de los años 50, puede estar costando entre 400 y 500 millones de pesos. ¿Qué valor pudiera tener, entonces, un gran mural suyo de 9 x 6 metros? Pero sobre todo, ¿qué valor patrimonial artístico y cultural tiene para la ciudad de Barranquilla?

Son preguntas que me asaltan cada vez que paso por la carrera 53 con calle 76 y contemplo el mural de la fachada del edificio Mezhari y me doy cuenta que se está destruyendo poco a poco.

Este mural, titulado Tierra, mar y aire, fue realizado por Alejandro Obregón (1920-1992) un año y meses después de que pintó el fresco Simbologías de Barranquilla para el Banco Popular, en pleno Paseo Bolívar, en 1956. Curiosamente ambos murales, este, en técnica de mosaico, y aquel, en fresco, fueron proyectados para estar a la intemperie en la calle y en directo contacto con el público. Los barranquilleros de cierta edad conocemos la historia de la destrucción a que fue sometido el mural del Banco Popular por las impertinentes intervenciones de los transeúntes y luego la recuperación del mismo, que lideró el gobernador Gustavo Bell Lemus en 1994.

Con distinta y buena suerte ha contado el mosaico de la carrera 53. La razón es evidente: Tierra, mar y aire está realizado con una técnica muy parecida a los famosos murales del arte Bizantino que poblaron las paredes de gran parte de las iglesias de la Edad Media, técnica conocida como mosaico, que consiste en configurar la composición, no aplicando el color mediante pinceles o brochas sobre el muro, sino yuxtaponiendo y pegando pequeñas laminitas de piedra de cerámica esmaltada (teselas) en determinada disposición. Como cualquier superficie vidriada, este material resiste las inclemencias del clima y soporta con solidez aún los embates de los vándalos.

Sin embargo, nada resiste para siempre y el mural de la 53 empieza a deteriorarse. Varias teselas se han desprendido, y si no se emprende un proceso de conservación y restauración pronto se perderá un importantísimo patrimonio artístico de los barranquilleros y de los colombianos.

El mural cubre los tres pisos, es decir todos los nueve metros de la altura del edificio, y se toma todo el ancho del muro frontal. En términos de formato, la obra es básicamente un tríptico, es decir está dividido en tres partes, pero la lectura de las tres piezas es de secuencia vertical y no horizontal, como ocurre con frecuencia. La pintura se toma el frente del edificio y sobresale en parte por el intenso cromatismo.

Lo maravilloso de su ubicación es que cualquiera puede apreciar esta obra libremente en cualquier momento. Si le presta atención al título debe leer de abajo hacia arriba, partiendo de la tierra y deteniéndose en el aire. En la composición inferior abundan los rojos y naranjas que se toman todo el centro y más del espacio, acomodándose como dos toros en oposición pero con un tronco común, lo que nos recuerda un tanto la famosa pintura Loba de 1943 del primer Jackson Pollock. Firmemente asentados sobre la tierra y rodeados de pastos, los bóvidos son asediados por bandadas de aves que se recortan contra el cielo geometrizado. Un cóndor albiceleste se posa sobre el cuerpo del toro mirando al espectador, anticipando la famosa tela Torocóndor de 1960 que reposa en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla.

Una gama de azules y verdes se toma la parte central del mosaico, enriquecida por destellos de blanco, para ayudar a la formación de tiburones, mojarras, peces y aves acuáticas que revolotean y contribuyen al gran dinamismo de la composición. Si la comparamos con las otras dos, esta resulta ser la parte más agitada del mural y, a mi juicio, la mejor lograda por calidad pictórica que le aportó el artista.

Las flechas direccionadas a un lado y otro y el fluido amarillo emergen en medio de los grises de la parte superior, para configurar un espacio volátil y establecer un equilibrio con el raudo vuelo de los pájaros. Un sol naranja a la derecha, donde debe estar, se unifica con el ave del mismo color que centraliza la visión. Al realizar su mosaico, Obregón fue progresiva y minuciosamente armando su mundo pictórico, juntando las teselas de acuerdo con el color y la forma y estructurando así toda la composición, sin traicionar el dibujo que previamente había concebido. Por supuesto, las teselas debieron estar elaboradas previamente y el artista solo escogió la cantidad apropiada de acuerdo con el tamaño y configuración de la obra.

Toda la obra se estructura en símbolos de la feraz naturaleza del trópico, que aluden a una condición geoestética y a una presencia cultural del Caribe colombiano que el artista empieza a descifrar en términos plásticos.

Álvaro Medina lo interpreta magistralmente cuando dice en su libro Poéticas Visuales del Caribe Colombiano que la temática que Obregón planteó en este mosaico del edificio Mezrahi “permitió armar también, de modo substancial, un vocabulario riguroso y sencillo que en los años siguientes utilizó en otras composiciones, dándole la ocasión de combinar una serie de signos sobre lo que en adelante volvería”.

Para conocer de viva fuente algunos aspectos de la historia de esta hermosa obra entrevisté a Mair Mezhari Tourgeman, propietario y residente en el edificio donde se encuentra el mural. Mezhari es administrador de empresas nacido en Barranquilla el 22 de noviembre de 1932.

¿Qué recuerda sobre la ejecución del mural por parte de Obregón?
Mi padre, Samuel Mezhari, contrató a Obregón para que hiciera una pintura en la fachada del edificio recién construido por el arquitecto Samuel Pance. Obregón aceptó y cobró $15.000.oo, que en esa época era una cifra apreciable. Le dijo que él no lo hacía por la plata, sino porque le parecía atractivo hacer la pintura en ese sitio. Era el año de 1958.

¿La técnica para el mural fue escogida por su padre o le dejó libertad al artista?
La técnica que escogió el pintor fue el mosaico. El artista tiene que pegar una cantidad de piedritas vitrificadas de colores y son de formas cuadradas. Las piedras vitrificadas de Tierra, mar y aire fueron encargadas a una fábrica en Medellín y son de la línea del cristanac. Eso que dicen que fueron encargadas a Italia es puro cuento, todo los materiales fueron comprados acá. Pintar con esta técnica es un trabajo muy engorroso y lento.

¿Cuánto tiempo le dedicó Obregón a la elaboración del mural?
Duró como un año haciendo el mural. Algunas veces, yo acompañaba a mi padre a supervisar el trabajo del mural en el taller del artista, que quedaba en Puerto Colombia. Para esa época, estaba casado con Sonia Osorio, la folclorista. Él era una buena persona, muy educado, claro que le gustaba mucho tomar licor. Mi padre, que se interesaba por el desarrollo de la pintura, veía que Obregón pegaba las piedritas sobre un papel cortado de una superficie más o menos de 30 x 30 cm. y después traía esos pedazos y los pegaba en la pared acá en Barranquilla. Era muy dispendioso y de mucho cuidado ya que Obregón y mi padre eran muy perfeccionistas; en el trabajo lo acompañaba siempre un maestro de obras que no recuerdo el nombre en el momento.

Es obvio que el propósito de mandar a hacer un mural fue de carácter estético, para engalanar la fachada del edificio, ¿pero hubo alguna motivación adicional?
Sí, este mural lo mandó a realizar mi papá con el objetivo de dejarle un recuerdo artístico a Barranquilla, en agradecimiento a su hospitalidad. Mi padre provenía de una familia de inmigrantes judíos que echaron raíces en La Arenosa y llegaron hacia el año 1900 en una embarcación que entró por el muelle de Puerto Colombia.

Para esa época el artista empezaba a ser reconocido y seguramente al verlo pintando en la calle llamaba la atención, ¿qué recuerda?
Mucha gente se detenía a verlo trabajar. Inclusive, algunas veces llegaba un carro negro, muy lujoso con su chofer, y se detenía muy cerca. Allí permanecía un buen rato. Dentro, estaban el papá y la mamá de Obregón, que al parecer les gustaba ver trabajar a su hijo. La familia Obregón era una de las pocas familias pudientes de esa época.

He observado que la obra se está deteriorando, ya se han desprendido muchas teselas, sobre todo en la parte superior, ¿qué acciones se han tomado para la restauración?
El mural lo hemos cuidado mucho, pero ya se le han desprendido algunas piezas y ya ese material no se consigue. En esa época nos lo vendió la fabrica Corona S.A., imagínese, ya han pasado más de 52 años y ese mural ha estado a la intemperie. Me gustaría encontrar a algún restaurador que pueda hacer ese trabajo y que no cobre un precio muy alto.

Siendo este mural un patrimonio artístico de Barranquilla y de Colombia, las autoridades distritales y el Ministerio de Cultura se han debido interesar en su cuidado. ¿Ha recibido usted propuestas de restauración?
A la fecha, muy a pesar que este mural hace parte del patrimonio de la ciudad y está en la lista de monumentos, los organismos del Estado y el Gobierno territorial no se interesan por restaurar la obra ni mucho menos he recibido beneficio alguno que motive una inversión particular en la recuperación de esta magna obra, y lo peor de todo es que yo no lo puedo tocar, siendo un bien privado de mi propiedad.

El propietario del edificio no puede restaurar la obra porque figura en la lista de monumentos de la ciudad, que tampoco ha ofrecido alternativas para ello.

Por Néstor Martínez Celis

Fuente: El Heraldo


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